Cafayate: Viñedos y Quebradas
by Majo
Luego de realizar la cabalgata en Salta, todavía teníamos ganas de más viaje y caballos. Parece mentira, pero no nos alcanzó con la increíble aventura que hicimos con Rodri. Como todavía nos quedaban unos días en Salta decidimos alquilar un auto y dirigirnos hacia Cafayate. Allá nos esperaba Hernán para realizar una cabalgata de 3 horas por el Cerro el Zorrito y el Río Colorado.
Cafayate se encuentra a 172 kilómetros de la ciudad de Salta en el cruce de la Ruta 68 y la mítica Ruta 40. Salimos por la mañana, ansiosas de llegar. A las 18 hs nos esperaba Hernán para salir a nuestra nueva aventura. Tardamos poco más de dos horas en llegar. Quedamos impactadas por la belleza del camino, sobre todo a la altura de La Quebrada de las Conchas.
El paisaje comenzaba a presentar distintas formaciones rocosas enormes. Entre ellas, La Garganta del Diablo, El anfiteatro y El obelisco. Lo más impactante eran los colores, predominan distintas tonalidades de rojos y naranjas. Es un paisaje mágico, ya me podía imaginar cabalgando entre esos cañadones.
Cafayate
El pueblo es pequeño y muy simpático. Cómo todo pueblo tiene su plaza principal, donde por supuesto se alza orgullosa la Catedral Nuestra Señora del Rosario. Alrededor de la plaza se encuentran varios restaurantes y negocios donde venden artesanías locales. Altos cerros enmarcan el lugar. A los alrededores se encuentran las bodegas y viñedos. Este destino es conocido por ser una de las mejores zonas vitivinícolas de la Argentina. De hecho, es aquí donde se produce el vino Torrontés.
Rápidamente hicimos check in en el Hotel Cerro de la Cruz. Era muy cómodo, con estacionamiento propio y buena relación precio – calidad. Luego partimos a la plaza en busca de algún lugar para almorzar. El cielo se veía gris, el pronóstico anunciaba agua. Sin embargo, todos los lugareños nos decían que en esta árida zona nunca llovía, por lo que partimos confiadas en el clima hacia la finca Don Lago.
La Finca Don Lago
La finca de Hernán se encuentra a 20 minutos del pueblo, sobre un camino de ripio. Lo primero que pudimos ver al llegar fue a Hernán y su compañero Gonzalo. Ya estaban preparando los caballos.
Me llamó la atención el tamaño de los caballos. Tenía entendido que los caballos en Salta eran más bien menudos, eso nos había contado Rodri. Había dos picassos criollos enormes y un tordillo que de tan grande que era se llamaba Obelisco. Luego un semental criollo, de crines largas. Su pelaje era zaino colorado y nos miraba desconfiado. Éste animal era el montado de nuestro guía Hernán.
Antes de salir pudimos dar un vistazo a la antigua casa de adobe. Hernán nos contó que la propiedad era de su familia y que su abuela había vivido en la finca 100 años. Había un poco de viento y el cielo se mostraba cada vez más oscuro, sin embargo Hernán nos dijo lo mismo: “No se preocupen que acá nunca llueve”. Confiamos y salimos los 4 a la par cabalgando por un camino de ripio. En el trayecto Hernán nos contó que suele comprar sus caballos en otras localidades, como por ejemplo, en Córdoba. Eso explicaba la razón por la cual los caballos parecían todos distintos.
Al rato de andar al tranco viramos hacia la derecha y nos metimos en un extenso campo árido. De frente, a lo lejos, se veían las quebradas rojas. En el camino Hernán nos fue contando sobre la flora y fauna local, pero en realidad lo que queríamos escuchar eran las leyendas del lugar. De pronto nos metimos por el curso del Río Colorado, que al igual que el Río de las Conchas estaba seco ¡Claro, tenía sentido lo que afirmaban de las lluvias, el lugar estaba desértico! Soplaba viento y apenas podíamos escucharnos. El curso del río nos llevó hacia un laberinto de cañadones color rojo.
El viento amainó y se hizo silencio. Hernán comenzó a contarnos que los cañadones van cambiando de forma gracias a la erosión del viento y del agua. Ahí se encontraba una de las famosas “Salamanca”, cueva donde habita el diablo. El camino se ponía cada vez más misterioso y fascinante.
Desmontamos porque el cañadón se cerró y sólo se podía transitar a pie. Hernán nos mostró una maqueta natural que representaba en miniatura el paisaje donde estábamos. Seguimos a pie hasta la famosa cueva. Debo confesar que me dió un poco de claustrofobia entrar. Cami, la valiente del equipo, se metió.
Al salir aprovechamos para sacarnos algunas fotos y luego volvimos a nuestros montados. Volvimos por el mismo camino. Nuevamente se levantó un viento que se hacía cada vez más intenso. Al llegar, luego de desensillar, dimos una vuelta por el pequeño viñedo de la finca. Nos despedimos rápidamente de nuestros anfitriones porque el pronóstico esta vez había acertado y comenzaron a caer grandes gotas de agua.
La lluvia
Llegamos de vuelta al hotel con el plan de cambiarnos e ir al restaurante Bad Brother, lugar que nos habían recomendado por sus delicados vinos y excelente gastronomía. Además queríamos ver las pinturas ecuestres del pintor argentino Esteban Díaz Mathe, las cuales se encontraban expuestas en el restaurante.
La lluvia no cesaba y en menos de un santiamén se inundaron las calles del pueblo. Eran ríos de agua que caían con gran fuerza desde los cerros. Honestamente nunca había visto llover así, pero los locales no parecían asustados. A pesar del mal pronóstico, navegando las calles, logramos desembarcar en el restaurante.
La recompensa fue inmensa. Cenamos dos platos de quinoa con remolacha y especias, uno era vegetariano y el otro de lomo. Lo acompañamos primero de un Pinot Noir suave y luego de un delicioso Malbec.
Cabalgata por los Viñedos y visita a San Carlos
Al día siguiente el cielo amaneció despejado y soleado. Todavía seguíamos con ganas de seguir explorando a caballo así es que frenamos en la bodega Esteco. Sabíamos que ofrecían unas cabalgatas por los viñedos. Nos acercamos al palenque donde descansaban los caballos y charlamos un rato con Juan, el guía. Nos invitó a realizar una cabalgata a la tarde. Me dijo que tenía un tordillo árabe para prestarme y enseguida accedí. Los caballos árabes son mi perdición.
Nos organizamos para ir a visitar el pueblo de San Carlos por la mañana y hacer la cabalgata a la tarde. Cuando llegamos a San Carlos se veía mucha gente. El día anterior Hernán nos había contado que allí se hacía un gran festival de folklore. Recorrimos la feria de artesanías y luego la calle Colonial General San Martín. Recomiendo un paseo por esta calle, se pueden ver las antiguas fachadas de las casas. Uno realmente se siente en el 1700.
Puntuales a las 17 hs llegamos al encuentro de Juan y sus caballos. Salimos los tres a pasear por los viñedos. Juan, quien es oriundo de Entre Ríos, nos contó que él solía trabajar como recolector de uvas. Aprovechamos para hacerle preguntas sobre las distintas vides que estaban sembradas.
Me sentí como aquella vieja película “Un Paseo por las nubes”, fue el broche de oro a un viaje increíble.