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Explorando el Valle de Punilla, Córdoba

by Majo

 

Sobre La Amistad

El 5 de marzo pasado viaje a Cordoba, un destino que si bien ya conocía era desconocido para mí. La última vez que había estado en esta provincia fue cuando todavía estaba en la secundaria y el motivo de la visita fue ir al campo del primo de una amiga en Villa General Belgrano. El motivo del viaje esta vez no estuvo estrechamente vinculado con nuestras cabalgatas sino con compartir unos días con mi primera amiga, aquella que me acompaña desde los 4 años y quien me enseñó gran parte de los valores de la amistad. Ella vive en la campiña Siciliana y cada tanto viene de visita a Argentina.

 

Durante gran parte de mi infancia y adolescencia la palabra vacaciones significaba ir al campo de mi familia, y Belu siempre era parte del plan. Me gustaba ir con ella porque aunque muy distintas para ciertas cosas, ambas disfrutamos del contacto con la naturaleza y, por supuesto, de andar a caballo. Este marzo tuvimos la oportunidad de hacer una cabalgata juntas otra vez. El destino fue La Cumbre, en Cordoba.

 

Usualmente suelo viajar con Cami – mi gran compañera de aventuras – y aunque triste esta vez porque no pudiera acompañarme, pensé que ya que iba a estar en la zona era una gran oportunidad para conocer a Eve y Franco, sus caballos y propuesta. Además, fue una linda oportunidad para volver a compartir con mi amiga de aventuras a caballo como lo hacíamos antaño en el campo.

La experiencia compartida

Llegamos a la Cumbre un jueves, y el viernes teníamos planeado realizar una cabalgata al Puesto de Loza, partiendo a las 15hs para volver al atardecer y poder disfrutar de las famosas puestas de sol del Valle de Punilla. La hermana menor de Belu, Toia, también se unió a la cabalgata asi pues terminó siendo una gran oportunidad para compartir tiempo entre hermanas, entre amigas, entre mujeres.

 

Eve y Franco son oriundos de la zona y además sus familias siempre tuvieron tierras en Cordoba. Tienen su casa y caballos en la estancia La Lorna de la familia de Eve. La Lorna se ubica camino a Estancia del Rosario (conocido en la zona por realizar deliciosos dulces caseros). Es un camino de tierra que sube la montaña. Ya desde ese momento pensamos que los paisajes iban a ser deslumbrantes.

 

El encuentro con los caballos fue mágico. Ahí estábamos en un establo construido en piedra y ladrillo (típico de la zona) el cual parecía estar colgando de una loma y luego, a la vuelta del mismo, se abría una pradera verde donde aguardaban un par de tordillos y un pintado.

 

 

Al instante en que nos acercamos al monturero, pudimos ver a Eve, y unos minutos después a Franco, su marido, y quien sería nuestro guía.

 

¨A mi me gusta el pintado¨ dijo Belu. Mientras Franco dió a Toia uno para sujetar mientras que él agarraba el resto. Quise ayudarlo a arrear los caballos al corral, y cuando lo hice otro tordillo se me acercó y supe que él iba a ser mi montado: Chacho Peñaloza – menudo nombre. Lo llamaron así en honor a un caudillo que estuvo con San Martín. Ya teníamos los tres binomios.

 

A pesar de su casi nula experiencia, Toia fue la primera en montar, luego Belu y luego yo. Junto con Franco le dimos algunas instrucciones para que se sienta cómoda al andar. Ella nos sorprendió a todos ya que mostró un talento natural para montar, y al cabo de un rato, ya galopaba muy segura. Su caballo también portaba un nombre importante de otro caudillo: Felipe Varela.

 

Al comienzo de la cabalgata atravesamos una sierra chica, y varias subidas y bajadas entre los matorrales hasta llegar a un caminito interno de tierra. El camino pasaba por distintas propiedades. Se apreciaban los distintos tonos de verde, las construcciones antiguas hechas en piedra y los caballos sueltos que merodeaban por los alrededores. Fuimos siguiendo un camino y luego otro hasta llegar a lo que llaman “el camino de los artesanos”, que es como un pequeño caserío en donde suelen exhibirse artesanías. Franco nos indicó que por ahí podíamos galopar, y enseguida acatamos la orden. La mayor parte del piso de esta zona es muy rocoso, por lo tanto, no hay muchos lugares donde galopar, por ello es que no dejamos pasar esta oportunidad.

 

De pronto llegamos a una pequeña casa donde nos esperaba un gaucho cordobés: Don Loza. Me encanta conocer este tipo de personajes: auténticos, simples, enamorados de su tierra. Su montado era un alazán, su recado ostentaba una gran chaparrera que actuaba de protección contra las espinas. Él sería nuestro guía por la cima de la montaña.

 

Así es que cuando se nos unió nuestro quinto compañero emprendimos la segunda parte del trayecto. Ya habían pasado unas dos horas desde la salida, y aún no estábamos ni en la mitad y no sabíamos lo que nos esperaba! Comenzamos a seguir nuestro guía por un caminito estrecho que pasaba por un bosque muy cerrado. Las ramas que cruzaban el camino eran varias, y en algunos casos hasta troncos de árboles caídos. Más de una vez tuvimos que agachar nuestras cabezas para poder pasar. El de adelante avisaba al de atrás “guarda con la rama”. Franco se disculpó por no haber podido limpiar el camino. ¡Para nosotras cuanto más salvaje mejor!

 

 

Don Loza decía que hace rato no hacía el camino, pero que lo ha hecho muchas veces, tanto de noche como de día, en invierno o en verano, con lluvia o en días de sol. Nos contó que hace varios años atrás en el campo había una cantera, y que el camino que íbamos a tomar por la montaña eran los vestigios del viejo camino que había sido construido a mano por el hombre.

 

Al salir del bosque comenzamos a subir la montaña en zig zag siguiendo los pasos de Don Loza y su alazán. Poco a poco, el paisaje de bosque iba mutando a pastos largos, matorrales y piedra. De frente podíamos ver como la montaña se iba a abriendo a distintos valles y cuando giramos a nuestras espaldas pudimos ver una vista panorámica de las sierras chicas increíbles. Se veían Los Gigantes – otra de nuestras cabalgatas – como Villa Carlos Paz, La Falda, etc. Obviamente quisimos hacernos una foto ahí, pero Don Loza advirtió que esta no era la mejor vista y tenía razón.

 

En determinado momento mientras íbamos subiendo la sierra, Franco y Don Loza frenaron a chequear nuestras cinchas y luego comenzó el gran ascenso. Tuvimos que hacer una subida muy empinada con suelo absolutamente de roca. Creo haberlo dicho varias veces, pero las alturas no son lo mio. En la Cabalgata y arreo de 7 Días en Neuquen tuve que bajarme del caballo para realizar una bajada importante. Esta vez eso no era la mejor opción, asi es que confié en mi caballo y evité mirar hacia abajo. Por el contrario, mis compañeras, venían disfrutando el ascenso sin problema.

 

Una vez arriba el paisaje volvió a cambiar. Ahora eran valles, con enormes pastos color ocre y gran variedad de hierbas. Tanto Belu como Toía se dedican al estudio de medicinas alternativas así que ellas estaban fascinadas con la enorme cantidad de hierbas medicinales. Ahora podíamos ver las vacas de Don Loza que pastaban tranquilas en las veranadas. Habían pasado ya cerca de 4 horas de cabalgata y las ganas de tomar un mate se hacían cada vez más grandes.

 

Íbamos al tranco, cada una perdida en sus pensamientos, y admirando la belleza natural que nos rodeaba. Belu tenía una sonrisa pintada en su rostro, y no dejaba pasar oportunidad para hacerme saber cuán feliz estaba nuevamente arriba de un caballo y en uno de sus lugares más especiales.

 

Alrededor de las 18 hs llegamos al famoso puesto de Don Loza: una estructura hecha en piedra, probablemente de la época en que estaba la cantera, y que ahora la usaban para hacer asado o guiso cada vez que juntaban el ganado. Lo más especial: había un pequeño nido de colibrí colgado del techo de madera del puesto. También había un corral hecho en piedra para los caballos y el trabajo con las vacas, y un bosque con una vertiente de donde tomar agua.

 

Luego de unos ricos mates y de escuchar por un rato todas las travesías de Don Loza (había ido a caballo desde la Cumbre hasta el Cura Brochero, también a los Gigantes, y lo más asombroso de todo fue que fue a caballo hasta Tucuman para festejar los 200 años, e incluso desfiló) nos despedimos de él y seguimos con Franco por un camino público que pasaba por la montaña.

 

La vuelta fue espectacular ya que el sol comenzó a esconderse lentamente detrás de las montañas brindando un espectáculo único: los pastos se tiñeron de oro, el cielo de una fusión perfecta de rosas, lilas, naranjas, celestes e índigo. Así Córdoba nos brindaba uno de los mejores momentos del viaje. Llegamos de vuelta a la estancia cuando oscurecía, ¡el día había sido perfecto! Nos despedimos de nuestros compañeros los caballos y de Franco, un gran guía.

 

¡La próxima vez estaremos con Cami realizando la cabalgata a los Gigantes o al Cerro Uritorco!

 

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