A Caballo por Buenos Aires
by Cami
Habían pasado aproximadamente tres meses desde la última cabalgata de 7 días que habíamos hecho en Neuquén. Yo trabajo con caballos todos los días, pero mi cuerpo ya quería otra aventura, otro paseo. Finalmente llegó la fecha para hacer la cabalgata larga de Marcelo en Carlos Keen, Buenos Aires. Lo habíamos conocido antes, en pleno verano, pero ese día el calor nos había impedido dar una buena vuelta. Con Majo habíamos decidido volver en otro momento y conocer más a Marcelo, sus caballos y su lugar.
Me desperté temprano ese sábado. Era principios de junio, pleno otoño, usualmente época de frío en Buenos Aires. La alarma sonó a las 7 am, ni el sol se había levantado. Todo seguía oscuro. Fui directo a la cocina a calentar agua para unos buenos mates. Tenía que preparar mi bolso y estar lista para estar en Carlos Keen a las 9.30 am, como habíamos quedado con Marcelo. Tenía miedo porque había amenaza de alguna lluvia traicionera pero por suerte el cielo parecía amigable y hasta la temperatura prometía que iba a ser un gran día.
Íbamos a ser cinco amazonas. Mi socia y yo, dos amigas mías y una de Majo. Bendito Marcelo, iba a estar rodeado de mujeres. Mientras íbamos hacia Carlos Keen en el auto controlé que todo el grupo estuviera a tiempo y en camino. Estaba muy ansiosa. Sabía que la zona era muy linda para montar y los pueblos muy pintorescos. Si bien hay mucho campo y caballos en las afueras de Buenos Aires, no es fácil conseguir buenas cabalgatas. Lo que armaron Marcelo y Pablo, su socio, era una joya para los amantes de los caballos. Marcelo me había transmitido su pasión por andar por esos caminos la primera vez que lo había visto y desde entonces moría de ganas de recorrerlos yo misma.
Carlos Keen a Villa Ruiz
Llegamos al punto de partida a las 9.30 am. Marcelo y Pablo ya estaban ensillando los caballos. Pude reconocer a Chimango, quien me había acompañado ese primer día de verano infernal. Lo saludé. No recordaba que ese era su nombre, Chimango. Me llené de ternura porque era el mismo que llevaba mi caballo de la aventura en Neuquén. Hacía buena pareja con ellos. Al poco rato llegaron las demás amazonas y nos fuimos preparando para subir a los caballos. El día no podía estar más lindo. Hacía calor para ser junio. Dejé la campera junto al bolso para que la llevaran en el auto. Eso era algo que ya me gustaba del paseo: era sin alforjas. Marcelo nos acompañaría a caballo y Pablo iba a ir en el auto llevando nuestros bolsos, comida, y demás elementos.
El primer tramo que hicimos fue de Carlos Keen a Villa Ruiz. Todos estos son pueblos bien camperos que forman parte del Camino Real. En la época del Virreinato del Río de la Plata, este camino unía el puerto de Buenos Aires con el Alto Perú (hoy Bolivia). Estos caminos de tierra eran muy transitados, y los pueblos a su largo estaban para abastecer a los viajeros. En la actualidad, el camino continúa existiendo y lo mismo los pueblos con sus antiguas estaciones de tren. Por sus vías ya no pasan más trenes, pero su encanto e historia se siguen haciendo sentir.
Andar a caballo por este camino es algo admirable. Uno está tan cerca de grandes ciudades como Luján, o bien Buenos Aires, y sin embargo, el campo te rodea y absorbe. Ya con los primeros cien metros del camino uno queda sumergido en el campo y sus pampas. Junto al Chimango, avancé con la usual sonrisa en mi cara cada vez que salgo de cabalgata. El aire puro, el horizonte despejado, mis amigas y los caballos, todos elementos que me hacen muy feliz. Marcelo tomaba la delantera, contando entusiasmado cualquier detalle pintoresco de la zona. El grupo avanzaba cómodo, los binomios andaban bien. Los caballos eran amables y estaban en buen estado. Se notaba que Marcelo se ocupaba bien de ellos, algo que me hacía sentir muy contenta.
Un poco más de dos horas después llegamos a Villa Ruiz. En este amoroso pueblito íbamos a frenar para comer unas deliciosas empanadas fritas. Avanzamos por la calle principal donde a lo lejos se veía la estación. Mientras nos acercamos pudimos divisar la camioneta de Pablo. Ahí, a un costado de la estación, él había preparado una mesa con la comida y las bebidas. Era un sector con muy buen pasto, por lo que los caballos también tuvieron su descanso y almuerzo. Nos bajamos, aflojamos las cinchas y les pusimos los bozales para que pudieran descansar y comer, igual que nosotras. El menú fue un éxito, rico, fácil, expeditivo: empanaditas de carne fritas. Dependió del grupo la duración de la parada técnica. Cuando ya estuvimos llenas y contentas, volvimos a los lomos de nuestros caballos. El día seguía increíble y nos invitaba a continuar.
Villa Ruiz a Azcuénaga
El trayecto después del almuerzo fue más largo que el anterior pero no se sintió así. El paisaje seguía siendo igual de lindo, puro campo, árboles, estancias por aquí y por allá y el horizonte un poco quebrado. Como siempre digo, la pampa carece de paisajes deslumbrantes como lo tienen la patagonia y el norte pero tiene su encanto. El grupo avanzó de lo más bien, eso que dos de las cabalgantes eran cuasi principiantes, de esas que montan una vez cada mucho tiempo. De hecho, una de mis amigas no se subía a un caballo hacía más de diez años. Por suerte los recados y los caballos eran cómodos y su cuerpo toleró bien el andar.
Cada tanto Marcelo iniciaba un galope. Venía bien apurar el tranco cuando el camino lo permitía. Mucha gente se acerca a estos pueblos los fines de semana, son populares para ir a pasear y comer algo rico. Cada tanto pasaba algún auto o grupos de ciclistas. Los caballos ni se asustaban, continuaban su camino con tranquilidad. Cerca de las 16 horas el sol empezó su descenso justo cuando nos acercábamos a nuestro destino: Azcuénaga. Era el momento del día que más me gustaba. La luz del atardecer siempre me fascinó. Con los ojos entrecerrados y mi cara apuntando al cielo avancé con el Chimango agradeciendo el momento.
Había bastante movimiento en Azcuénaga. Entramos por la calle principal sobre la cual había pocos pero muy buenos lugares para comer. Ya había escuchado hablar de ellos antes de la cabalgata. Un buen lugar de pastas, un buen bodegón con parrilla y comidas típicas, un exquisito lugar de comida francesa, y un lugar muy canchero, especial para los que pasean en moto. Del otro lado de la calle estaba la vieja estación y sobre el pasto verde había una exhibición de las camper vans VW. Desfilamos con nuestros caballos entre todo esto, por la calle principal, mientras íbamos a la hostería de Miguel donde íbamos a pasar la noche. El lugar era muy lindo, estilo colonial, color rosa viejo. Su dueño había tenido un vivero que había quedado abandonado y le daba un encanto especial al jardín. Cuando llegamos, desensillamos los caballos, dejamos nuestras cosas en los cuartos y nos fuimos a pasear velozmente por el pueblo antes de que anocheciera.
De vuelta en la hostería Marcelo y Pablo ya estaban en pleno proceso de asado. Me pegué un buen baño caliente y fui a esperar hambrienta a que salga la carne. La noche estaba muy linda, fría pero agradable. Charlamos alrededor de la parrilla mientras la carne se cocinaba y cuando todo estuvo listo entramos a comer. Llenamos nuestras panzas a más no poder y el sueño nos cayó rápido. Pero antes de poder escabullirnos a dormir, Marcelo nos tenía una sorpresa. Había llamado a una amiga local que iba a tocarnos un poco la guitarra. Cuando llegó, Laura y sus chamamés nos revivieron. Pasamos de la somnolencia a las risas y los aplausos. Para su desgracia, era un grupo que no acompañaba bien con las voces pero el espíritu fue suficiente. Fue muy lindo escuchar esas letras que siempre tienen grandes historias detrás, tan alegres, tan tristes, tan llenas de penas y de amor. Junto a Laura y su guitarra despedimos la noche.
Azcuénaga a Vagues
A la mañana siguiente me desperté temprano. Nos tocó otro lindo día, un poco más fresco que el anterior pero ameno dada la temporada. Entré donde habíamos comido la noche anterior y me sorprendió el cambio en el ambiente. La mesa grande pasó a ser varias y estaban impecablemente presentadas: mantel blanco, tazas para el café/té, dos paneras llenas de delicias y unos dulces caseros hechos por el mismo Miguel que no tardé en atacar. Frambuesas e higos, mis dos preferidos. Todavía no había nadie, lo cual hizo aún más perfecto ese momento. Yo soy de esas personas que por la mañana necesitan unos minutos de paz hasta que el cerebro se despierta.
A las 9.30 am ya estaba el grupo listo para subir a los caballos. Ellos habían descansado bien y estaban más que preparados para encarar el último tramo: Azcuénaga – Vagues. Según Marcelo, ésta iba a ser la parte más linda de la cabalgata en cuanto al paisaje. Y tenía razón. Si bien no había un cambio drástico, el campo era más quebrado y había arboladas y estancias muy lindas por el camino. Muchos montes de eucaliptos, entradas viejas a cascos que no se veían, sembrados verdes y trigo. La verdad que era encantador.
Avanzamos con los caballos por el camino de tierra que giraba y doblaba cada unos buenos tramos. Cada tanto hacíamos un galope, duraba lo que el cuerpo de las principiantes permitían. Vagues quedaba a unas 4 horas aproximadamente. Si sólo íbamos al paso se podía hacer muy largo. Pero el clima y el grupo acompañaban y el paseo fue muy divertido, no se hizo pesado en ningún momento. Yo disfruté cada metro y por dentro le agradecía al Chimango que me llevaba por esos caminos tan lindos. De nuevo, había sido un gran acompañante.
Llegamos a Vagues justo a tiempo para saciar el hambre. Este último pueblo rural era el más remoto de los que visitamos. Nada de restaurantes, almacenes y casas. Solo se destaca por su vieja estación que es la que mejor se conserva. Es muy linda y hasta cuenta con un museo informativo, bastante interesante para aquellos que gustan de datos curiosos. Por esas viejas vías pasa el tren una vez por año. Se podría decir que más que pueblo es una vieja estación. Para nuestra suerte, una muy linda, y tan solo a 5 kilómetros del famoso pueblo San Antonio de Areco. Esto la hace una buena parada técnica para los visitantes del fin de semana.
Para nosotras, era el fin de nuestro viaje. Luego de un almuerzo tranquilo y delicioso, Marcelo y Pablo nos llevaron en auto hacia el punto de partida. Los caballos nos siguieron en su propio vehículo. Nos despedimos como siempre después de una buena cabalgata: felices de haber tenido la oportunidad de conocer nuevos lugares y su gente a través de estos bichos tan increíbles que tanto queremos. Gracias Chimango, fue un excelente paseo.





